jueves, 10 de noviembre de 2016

Señor de Sevilla

Sonaban las 7 del reloj de San Lorenzo cuando abrieron las puertas de la Basílica del Señor, inmediatamente el único sonido que sonó durante el paso del cortejo fue el silencio. Silencio de una ciudad que esperaba con impaciencia a su Señor, expectación en los rostros de los afortunados que pudieron vivir sus primeros instantes en la calle. Aparecieron los ciriales, silencio sepulcral, respetuoso, fervoroso, el Señor se puso en la calle y el sentimiento contenido comenzó a aflorar en la Plaza: labios murmurando el Padrenuestro, lágrimas de emoción, momentos de recogimiento ante Él. Esta fue la tónica dominante durante todo el recorrido por todos los presentes a su paso. En cualquier punto se respiraba la devoción que solo Él tiene, como se abarrotaron calles y plazas, como se llenó cada rincón de la ciudad para poder tener un ratito frente a Él, poder arroparlo durante su recorrido ya que esta efeméride ha hecho que el Señor camine aún más arropado que de costumbre.

El Señor de Sevilla navegó hasta la iglesia de todos los sevillanos, la Catedral. Una vez dentro y ubicado en el lugar desde el que iba a presidir los actos programados, todos se acercaban a ofrecerle el último rezo, el último instante, darle gracias por haber podido vivir esos instantes con Él. Nadie quería irse, siempre quedaba esa última oración para despedir al Señor en una Catedral abarrotada de fieles.

Y amaneció el domingo, de Él, porque los domingos son de Él, del Señor. Domingo con un sol radiante que hacia brillar su canasto, un sol que no se quería perder los compases de Ione en el ayuntamiento o de la Madruga en la Plaza de los Carros, o el canto de esas benditas mujeres que viven en Santa Ángela. Momentos que pusieron los pelos de punta y quedaran grabados en el recuerdo.

Ese domingo tan radiante, Sevilla se levantaba fría, con olor a calentitos y a café, como si una madruga de viernes Santo se tratará. Llegaban autobuses de fuera de la ciudad que ya empezaba a ponerse nerviosa, comenzaba un "Run run" y las personas que lo esperaban por primera vez no paraban de mirar el reloj.

Y dieron las 11 y Sevilla volvió a hacerse silencio y Él con su inmenso Gran Poder sin palabras avanzaba entre un río de personas. Esas personas que vi llorar a su paso, y pedir por ese familiar enfermo, porque les ayudará con quien sabe qué problema, esas mujeres mayores que para una madrugada ya no están como les rezaban con un viejo rosario que quizás cuelgue de un cabecero antiguo. Una imagen se me quedó grabada, un niño de esos que decimos aquí "porculeros" de los que se llevan a tu lado todo el tiempo quejándose, y que tú piensas que no te va dejar ver al Señor, ese niño en los hombros del padre de quedo estupefacto al ver al Señor como avanzaba hacia Él, esa señales que ves, que él es Dios verdadero en la tierra.


Quedo demostrado que el Gran Poder es la devoción de toda la ciudad, que por mucho que pasen los años Él es el que sigue teniendo la devoción, el que sigue guiando el camino, el que a su paso enmudecen sus fieles, el que mueve a su rebaño siempre a su servicio, Él es el Señor de Sevilla. Y se nos marcha el señor, como los veranos en la higuerita cuando éramos pequeños, sin hacer ruido. Pero Él es el que es, y siempre se queda.




No hay comentarios:

Publicar un comentario