Sonaban las 7 del reloj de San Lorenzo cuando abrieron las
puertas de la Basílica del Señor, inmediatamente el único sonido que sonó
durante el paso del cortejo fue el silencio. Silencio de una ciudad que
esperaba con impaciencia a su Señor, expectación en los rostros de los afortunados
que pudieron vivir sus primeros instantes en la calle. Aparecieron los
ciriales, silencio sepulcral, respetuoso, fervoroso, el Señor se puso en la
calle y el sentimiento contenido comenzó a aflorar en la Plaza: labios
murmurando el Padrenuestro, lágrimas de emoción, momentos de recogimiento ante
Él. Esta fue la tónica dominante durante todo el recorrido por todos los
presentes a su paso. En cualquier punto se respiraba la devoción que solo Él
tiene, como se abarrotaron calles y plazas, como se llenó cada rincón de la
ciudad para poder tener un ratito frente a Él, poder arroparlo durante su
recorrido ya que esta efeméride ha hecho que el Señor camine aún más arropado
que de costumbre.
El Señor de Sevilla navegó hasta la iglesia de todos los
sevillanos, la Catedral. Una vez dentro y ubicado en el lugar desde el que iba
a presidir los actos programados, todos se acercaban a ofrecerle el último
rezo, el último instante, darle gracias por haber podido vivir esos instantes
con Él. Nadie quería irse, siempre quedaba esa última oración para despedir al
Señor en una Catedral abarrotada de fieles.
Y amaneció el domingo, de Él, porque los domingos son de Él,
del Señor. Domingo con un sol radiante que hacia brillar su canasto, un sol que
no se quería perder los compases de Ione en el ayuntamiento o de la Madruga en
la Plaza de los Carros, o el canto de esas benditas mujeres que viven en Santa
Ángela. Momentos que pusieron los pelos de punta y quedaran grabados en el recuerdo.
Ese domingo tan radiante, Sevilla se levantaba fría, con
olor a calentitos y a café, como si una madruga de viernes Santo se tratará.
Llegaban autobuses de fuera de la ciudad que ya empezaba a ponerse nerviosa,
comenzaba un "Run run" y las personas que lo esperaban por primera
vez no paraban de mirar el reloj.
Y dieron las 11 y Sevilla volvió a hacerse silencio y Él con
su inmenso Gran Poder sin palabras avanzaba entre un río de personas. Esas
personas que vi llorar a su paso, y pedir por ese familiar enfermo, porque les
ayudará con quien sabe qué problema, esas mujeres mayores que para una
madrugada ya no están como les rezaban con un viejo rosario que quizás cuelgue
de un cabecero antiguo. Una imagen se me quedó grabada, un niño de esos que
decimos aquí "porculeros" de los que se llevan a tu lado todo el
tiempo quejándose, y que tú piensas que no te va dejar ver al Señor, ese niño
en los hombros del padre de quedo estupefacto al ver al Señor como avanzaba
hacia Él, esa señales que ves, que él es Dios verdadero en la tierra.
Quedo demostrado que el Gran Poder es la devoción de toda la
ciudad, que por mucho que pasen los años Él es el que sigue teniendo la
devoción, el que sigue guiando el camino, el que a su paso enmudecen sus
fieles, el que mueve a su rebaño siempre a su servicio, Él es el Señor de
Sevilla. Y se nos marcha el señor, como los veranos en la higuerita cuando
éramos pequeños, sin hacer ruido. Pero Él es el que es, y siempre se queda.
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