lunes, 5 de diciembre de 2016

Dice la tradición Salesiana

Dice la tradición Salesiana que cada niño que entra en una de sus casas queda para siempre bajo el manto protector de Maria Auxiliadora

Y cuanta razón tienen esos salesianos de sonrisa ancha y espiritu inquebrantablemente joven. Pero sobre todo, esas Hijas de María Auxiliadora, esas mujeres que una vez decidieron entregar su vida para que las niñas tuviesen un lugar donde aprender, formarse, divertirse... En definitiva, un lugar donde ser niñas.

Y en ese colegio de balconadas y puerta pequeña, pero siempre abierta, reside una Señora, que con su Niño en brazos, cada día recibe a esos jovenes que se paran a saludarla antes de comenzar el día. Desde hace tanto tiempo que la memoria de los jovenes no alcanza. Esa memoria de un barrio que se inundaba cada vez que el río crecía, que era hogar del flamenco de la Alameda, y sombrío lugar de trabajo de las valerosas mujeres que buscaban de cualquier modo sacar a sus niños adelante. Una historia de otro tiempo, una historia de cuando las hermanas vestían el riguroso hábito pero seguían saltando a la comba y enseñando a las niñas del barrio.

Una historia de una niña que quedo prendada de esa Virgen que acunaba a ese Niño entre sus brazos. Una niña que iba a visitarla cada dia y a rezarle. Una niña que, poco a poco creció y se hizo una mujer. Una mujer que, tras terminar de formarse, y dejar el colegio, nunca dejo de acudir para volver a cruzar la mirada con esa Señora que, una vez, fue Reina entre los franciscanos de San Antonio.
Una mujer que, tras casarse, siguió rezando ante Ella, y trabajando por y para Ella, hasta tal punto, que hasta a su propio marido arrastró para quererla cada día un poquito más. Una mujer que a sus seis hijos enseñó desde muy pequeños que, quien a María ruega, todo lo obtiene, nada se niega. Una mujer que veía pasar cada año, ese fin de semana del 24 de Mayo, a su Señora desde el balcón de su casa, regalandole una lluvia de pétalos a su paso, tirados con las pequeñas manos de sus nietos. Una mujer que, poco a poco, fue olvidando, fue perdiendo pedacito a pedacito, esa memoria que una vez fue su vida. Desde el nombre de su marido hasta la cara de sus nietos. Desde las imágenes de aquel balcón de la calle San Vicente hasta esos momentos de novena en San Antonio y San Lorenzo.
Una mujer que demuestra que la fe mueve montañas, montañas que hacen que ese ángel negro no sea capaz de morder esa letrilla que siempre brota de sus labios sin querer, la cuál, cuando entras en una casa salesiana, aprendes a cantar por el simple hecho de querer un poquito más a tu Madre.

"Porque Rendidos a tus plantas, Reina y Señora, los cristianos te aclaman, su Auxiliadora."

Y como dice la tradición, el manto de la Auxiliadora siempre te cubrirá Estrella.

Te quiere mucho, tu nieto

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